Por Robin Blackburn
Las pensiones públicas y universales para la tercera edad han sido un medio popular y eficaz para reducir la pobreza y ampliar la ciudadanía social en todos los Estados desarrollados. En la era de la mundialización lo correcto sería que este método fiable para proteger el sustento de los ancianos se aplicara a nivel mundial mediante un plan global que permitiera pagar una modesta pensión a todas las personas de la tercera edad. Dicho plan se financiaría con un pequeño impuesto a las transacciones financieras internacionales y a la riqueza de las empresas.
En primera instancia, la pensión mundial para la tercera edad se podría fijar en un dólar por día. Incluso esa pequeña suma ayudaría a sacar de la pobreza a cientos de millones de personas mayores de todo el planeta. Hoy en día la pobreza y las desigualdades son tan grandes que ciertas medidas modestas pueden tener un efecto enorme.
El coste de introducir una pensión mundial de un dólar diario en los próximos años sería de aproximadamente 205.000 millones de dólares al año. Esta cantidad equivale a una quinta parte del coste previsto de la guerra de Irak para Estados Unidos, o la mitad del presupuesto anual de Defensa de Estados Unidos antes de invadir Irak. Sin embargo, el coste se multiplicará por dos alrededor del año 2030, y por tres hacia mediados de siglo.
La pensión mundial sería un plan universal de seguridad social, no un programa de ayuda. Dicho plan canalizaría recursos financieros directamente a las personas de la tercera edad en todas las comunidades, ya sean ricas o pobres, urbanas o rurales. En la medida de lo posible, los costes administrativos se gastarían en dichas comunidades. Se trataría de una “pensión social” que no dependería de los recursos del beneficiario ni sería contributiva.
Fuente: New Left Review
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Por Robin Blackburn