Por Equipo FnGM
Somos un Foro para transformar la gobernanza mundial, desde lo local hacia lo global. Pensamos que ya es tiempo de contribuir con la consolidación de un Movimiento ciudadano mundial que tienda, por una parte, a la institucionalización de una gobernanza mundial democrática y, por otra parte, a la transición hacia un mundo más duradero y más solidario: el mundo del después-del-fósil y de lo nuclear para algunos, el mundo del después-de-la-especulación o del después-del-capitalismo, para otros.
Hoy es común afirmar que la gobernanza mundial está en crisis. Los ciudadanos se dan cuenta que las tensiones, los conflictos y las guerras continúan. Las instituciones locales, nacionales, supranacionales y globales son impotentes y se ven superadas frente a temas de gran importancia y complejidad. En diversas regiones del mundo, su función se limita muy a menudo a amortiguar el deterioro previsible de las condiciones de vida de los pueblos.
Las guerras y los conflictos actuales tienen causas múltiples: desigualdades económicas, conflictos sociales, sectarismos religiosos, disputas territoriales, control de los recursos fundamentales tales como el agua y la tierra. Todos estos casos ilustran una profunda crisis en relación a la manera cómo el mundo es (o no lo es, en realidad) gobernado: a esto llamamos crisis de la gobernanza mundial.
Después del fracaso de las conferencias COP-15 de Copenhague y de Río+20, comprobamos que el sistema de gobernanza mundial actual ha fracasado. El multilateralismo está bloqueado. Las instancias de gobernanzas mundiales, tales como el G7, el G8 o el G20 no son legítimas, menos aún democráticas. La globalización produjo un mundo en el cual todos los territorios están interconectados, en el cual todas las sociedades, las culturas, las economías y los poderes están interconectados. Los desafíos ecológicos, económicos, políticos y sociales contemporáneos más cruciales le competen a la Humanidad en su totalidad, y son tangibles en el conjunto de su territorio.
Para responder a estos desafíos planetarios, pensamos que es urgente sentar las bases de nuevas instituciones, adaptadas a las diferentes escalas de poder, y articuladas entre ellas desde el nivel más local hasta el nivel más global. Es de esta manera como concebimos la nueva gobernanza mundial que deseamos construir y contribuir para ello: la institucionalización de las comunidades plurales, desde la escala del vecindario hasta la escala del planeta, como una condición indispensable para construir un nuevo sistema de gobernanza legítima, responsable y solidaria. En efecto, la diversidad cultural es un fundamento esencial de la riqueza de la comunidad mundial.
Por supuesto, hay progresos puntuales. En varios lugares, podemos detectar cambios de paradigma e innovaciones económicas, sociales, tecnológicas, culturales, especialmente a nivel local. Pero se debe reconocer que ellas no llegan a revertir la tendencia generalizada de un agravamiento de los conflictos y de un deterioro -a veces irreversible- de la relación humanidad-biosfera.
Por estos motivos, aspiramos a una nueva gobernanza mundial. Debemos inventar una gobernanza democrática del mundo e imaginar una fuerza social capaz de promoverla.
Con el fin de contribuir a organizar este movimiento social planetario, proponemos elaborar de manera colectiva:
- Una lectura conceptual del sistema mundial contemporáneo, de las apuestas sociales y políticas centrales, así como también fuerzas sociales susceptibles de sostener el proyecto de una gobernanza mundial democrática, duradera y solidaria.
- Una estrategia que permita la organización de estas fuerzas sociales en un movimiento social y político mundial, que hemos llamado: Movimiento Ciudadano Mundial.
- Poner a disposición nuestro Foro puede contribuir a abrir el debate sobre la estrategia, así como también, contribuir a coordinar las acciones tácticas a corto y mediano plazo. Efectivamente, un Foro permite enunciar y confrontar ideas de una manera flexible y no apremiante. Permite la expresión de la diversidad y desalienta las posturas dogmáticas.
Modernidad y democracia
Desde hace casi dos siglos y medio, el mundo entró en otra etapa de su historia: las revoluciones de 1776 y 1789 sientan todas las bases de una refundación de la ciudadanía democrática, a partir del rechazo del orden antiguo, y a partir de la construcción de un orden nuevo fundado en el individuo, en la igualdad de los ciudadanos entre ellos, en la libertad y la felicidad individual y colectiva.
De cierta manera, dentro de una concepción moderna de la historia, esta liberación es la que siempre condiciona nuestra historia. Las instituciones democráticas – palanca política de esta liberación – pueden ser consideradas como el espacio que permite la dialéctica de la emancipación que se opera en el cara a cara entre el Estado, por una parte, y el movimiento social, por otra.
El Estado-nación (el concepto se puede debatir, utilizamos este término en su sentido genérico por una cuestión práctica), descansa en la idea de ciudadanía que hace –en potencia- de todo individuo un ciudadano dotado de derechos inalienables, de los cuales el Estado es en teoría el garante, y torna –en potencia- a la nación la expresión de la más alta identidad y subjetividad colectiva en el territorio del Estado nacional. Durante esta primera etapa de la modernidad, los Estados–naciones son considerados como entidades iguales dentro del sistema internacional de los Estados nacionales.
Hoy, la concepción inter-nacional del sistema político mundial no responde a los desafíos que surgen dentro del espacio trans-nacional generado por las sucesivas etapas de globalización (a pesar de los intentos de organización de este espacio por parte de la Sociedad de las Naciones y luego por la ONU). En este espacio transnacional, el Estado de derecho es en el mejor de los casos, informal, y en el peor, está reducido a la ley del más fuerte. Ahora bien, la gobernanza de este espacio transnacional, institucionalizado de manera insuficiente (y que, con la llegada de la globalización, las amenazas galopantes al medio ambiente y el desafío de generar colectivamente los bienes comunes de la Humanidad, adopta una importancia estratégica considerable) se torna, de facto, la apuesta colectiva de la historia mundial. En otras palabras, el espacio mundial contemporáneo es al mismo tiempo el lugar de las principales disfunciones del sistema y el próximo territorio de la institucionalización de la democracia.
Sin embargo, las consecuencias de la industrialización (especialmente en el medio ambiente y en la salud), de la globalización y de la interdependencia económica producen otro efecto sobre el monopolio del poder y de la influencia de la cual disfrutaba hace aún poco tiempo el Estado-nación: ellas vuelven a dar importancia a la actividad local y a la necesidad de una institucionalización (o de una gobernanza) supra-nacional. Podemos agregar que la interactividad creciente de estos tres niveles de gobernanza (local, nacional, global, a los que se les podría agregar también el nivel regional, lo que equivale a decir : regional infra-estatal y supra-estatal, continental y sub-continental) crea situaciones inéditas en las cuales el segundo nivel de gobernanza, el del Estado nacional, puede encontrarse a veces, demasiado marginalizado e incapaz de responder a su doble función de garante de los derechos individuales (Estado de derecho) y de « piloto » de la sociedad (Nación). A pesar de que estas transformaciones no signifiquen necesariamente el resquebrajamiento -anunciado demasiado rápidamente- del Estado y del Estado-nación, ellas modifican considerablemente la naturaleza del espacio político y exigen en consecuencia instituciones y mecanismos mejor adaptados a estos cambios profundos. La dinámica propia del Estado-nación, en su función de piloto de la modernización, se encuentra por lo tanto trabado.
La dinámica del cambio y el movimiento social
¿Qué ocurre entonces con la dinámica propia del movimiento social, especialmente en su cara a cara con las instituciones políticas que tienen tantos impedimentos para responder a su función?
La historia muestra que los cambios y las mutaciones sociales nacen de la dinámica propia del movimiento social. Se observa la ilustración histórica con el mar de fondo budista y cristiano que socavaron–respectivamente- al orden imperial maurya y romano; la Reforma, que transformó a Europa y la hizo salir de la Edad Media; o bien, los movimientos revolucionarios y obreros, y movimientos anti-colonialistas y anti-imperialistas de los siglos XIX y XX que conmocionaron el sistema político del mundo. Los cambios y las mutaciones tienen sus raíces en las dinámicas propias de la sociedad civil, más precisamente, en las organizaciones políticas y sociales, en las ideas innovadoras presentadas por intelectuales con mucha influencia, en el impulso fomentado por algunos líderes culturales, sociales o políticos excepcionales, en las innovaciones tecnológicas que se expanden masivamente.
La característica principal de esta dinámica propia de la sociedad civil radica en que las organizaciones que actúan de manera competitiva, complementaria y a veces, antagonista, se articulan alrededor de un proyecto de cambio social que va más allá de la capacidad de movilización de cada una de estas organizaciones: esta dinámica holista es el movimiento social, como lo definimos acá.
Es importante que se distingan bien -en el plano teórico- el movimiento (que es virtual) de las organizaciones de la sociedad civil (sindicatos, ONG, Iglesias, movimientos de bases, etc.) que se inscriben en el movimiento. Esta distinción teórica tiene importantes consecuencias estratégicas. Si se acepta esta distinción, el movimiento debe comprenderse como una fuerza en potencia, una dinámica inmaterial en práctica en el seno de la sociedad para construir una sociedad mundial democrática, duradera y solidaria, es decir: mucho más que la suma de las partes que la componen.
La mayor parte de los teóricos y de los activistas contemporáneos no establecen esta distinción. Para ellos, el movimiento (en su definición más amplia) es sólo la suma de las organizaciones que lo componen. No tiene existencia propia (sólo virtual y potencial). El movimiento se convierte entonces en una especie de coalición, de coordinación lista para la lucha. Esto tiene dos consecuencias importantes en el plano estratégico: primeramente, el movimiento se torna una organización de la sociedad civil, y a pesar de que continúe llamándose “movimiento”, pierde su dinámica interna que es, por definición, conflictiva. La segunda, es que esta coordinación del movimiento sólo puede funcionar de manera jerarquizada y, a lo largo del tiempo, las tendencias burocráticas van acompañadas de una creciente tentación de presumirse vanguardias.
Como prolongación de esta definición y de las perspectivas que ella propone, es necesario subrayar que el tipo de movimiento social cambia en todas las épocas. Por ejemplo, luego del Siglo de Las Luces, nacen los "movimientos democráticos nacionalitarios" (que se proponen la creación del Estado de derecho/Estado-nación). El término "democrático" representa aquí el ideal de una persona/una voz, y el término "nacional" o "popular" (Nación o pueblo) tienen que ver con la idea de que puede existir la expresión de una voluntad colectiva para establecer en qué dirección el Estado debe conducir a la sociedad. El Estado es entonces al mismo tiempo la institución de las instituciones (es garante de su legitimidad vía el derecho) y actúa como « piloto » de la sociedad. El movimiento social se opone a él como si fuera un espejo en relación a la dirección que debe tomar la sociedad. La identidad del movimiento social se expresa a partir de la oposición al orden institucional en virtud de profundizar, extender y universalizar los tres principios fundadores: la libertad, la igualdad y la solidaridad.
El movimiento social expresa así el deseo (cuando permanece virtual) o la voluntad (cuando se actualiza y se torna « político ») de profundizar el proceso de liberación individual y colectiva. Se realiza no sólo cuando se emancipa de las alienaciones generadas por el sistema social, sino también cuando reivindica ser de manera individual y colectiva sujeto de su propia historia.
El "progresismo" en este sentido es querer, al mismo tiempo, más libertad, más igualdad y más solidaridad. Al perseguir este objetivo, frente a las instituciones, la sociedad realiza a veces saltos de complejidad. Es lo que se produjo a fines del siglo XX, y que se denomina “segunda modernidad”. Esta se caracteriza por más "mundialidad" (en el sentido de una mayor interactividad en el plano planetario) y de "ciudadanía" (en el sentido en que el espacio público está abierto a los debates, donde los individuos y los grupos quieren participar aún más en la elaboración, en la puesta en práctica y en el control de las políticas públicas y donde los derechos se universalizan incluyendo a las mujeres, a los niños, a las generaciones futuras, etc.).
Dos grandes tipos de movimientos sociales han existido en la modernidad: el movimiento democrático « nacionalitario » (que puede englobar a los movimientos anti-coloniales de independencia y a los movimientos anti-imperialistas de liberación nacional) y el movimiento obrero socialista (se puede incluir en el movimiento obrero a diferentes tipos de sindicatos, partidos políticos y cooperativas). Por definición, esos tipos de movimientos son "genéricos", pero en las coyunturas son extremadamente diversos y son muy diferentes entre un contexto institucional y otro, o entre una época y otra.
El proceso de democratización hoy
Definir el movimiento político actual, que corresponde a la “segunda modernidad”, como "movimiento democrático cosmopolitario", nos obliga a definir precisamente –si es que logramos ser precisos- lo que se entiende por democracia. Con respecto a este punto, se imponen tres observaciones.
La democracia puede comprenderse como la expresión de la voluntad de una colectividad que afirma que no existen creadores « meta-sociales »: Dios, la Razón, el Progreso, la Fatalidad, si existen, no tienen influencia sobre el destino de los humanos, pero son los humanos quienes jerarquizan colectivamente sus valores, su manera de producir y su manera de gobernarse y de repartirse las riquezas. La democracia moderna "institucionaliza" la idea que es la colectividad (el Pueblo, la Nación) quienes dirigen. En ese sentido, la democracia es la expresión, al mismo tiempo, de valores compartidos, de relaciones de fuerzas sociales (de dominación, de explotación, de hegemonía cultural/sobre los valores) y de organización de procedimientos institucionales. Por otra parte, debemos tener en cuenta la importancia de la historicidad: es decir, el hecho de que esos valores, esas relaciones de fuerzas y esas organizaciones institucionales, pueden ser muy diferentes entre una cultura a otra, y entre una época y otra. Desde hace dos siglos, la organización de los valores, y especialmente, el lugar ocupado por la "ética" paralelamente a la moral, la gestión más contractual de las relaciones de fuerza y la llegada de la democracia participativa como tercera base institucional de la práctica democrática (junto a la « representación » y al « voto directo »), han transformado completamente la idea de democracia. Si es entonces importante volver a los textos filosóficos fundadores para no perder el "hilo de la modernidad" y su « progresismo » democrático, también es esencial repensar y refundar hoy la democracia teniendo en cuenta las condiciones actuales en las cuales ella se despliega, es decir, globalmente dentro del sistema mundial moderno, y localmente, mucho más cerca de los individuos y de las colectividades.
Contribuir con la consolidación de un movimiento ciudadano mundial
Como lo decíamos en la introducción, pensamos que ya es tiempo de contribuir con la consolidación de un Movimiento ciudadano mundial. Este movimiento es doble: se trata, por una parte, de un movimiento democrático « cosmopolitario » (el término puede parecer un tanto difícil al comienzo, pero define bien la esencia de un movimiento que no es « internacional » ni tampoco transnacional, sino que apunta a la institucionalización democrática a nivel más global), y por otra parte, de un movimiento para una sociedad mundial más duradera y más solidaria.
El último gran movimiento social histórico, el movimiento obrero, tenía las potencialidades de un movimiento de transformación social (en la medida en que tenía como base las ideas portadoras de un cambio social a nivel mundial) y también, cosmopolitario porque defendía la idea de una organización política planetaria (la Internacional). Pero en los hechos, fue básicamente un movimiento de carácter nacionalitario. La prospectiva de Marx y Engels, luego de Lenin y Trotski, quienes contaban con la organización dentro de las Internacionales, de los partidos socialistas y comunistas nacionales, para establecer de facto -después de una toma de poder dentro de los Estados nacionales- una democracia popular a escala mundial, no se realizó. La estrategia de establecer el socialismo país por país, sostenida tanto por los social-demócratas como por los émulos de Stalin y de Mao, resultó un fracaso en el plano global, a pesar de que, en el plano nacional, permitió en varios lugares avanzar en los proyectos de ampliación de los derechos, de la democratización o del retroceso sectorial de la alienación sistémica. En todo caso, ella contribuyó a la puesta en marcha de sistemas políticos autoritarios y totalitarios que pusieron un freno dramático al proyecto progresista de liberación social.
Condiciones de consolidación de un movimiento ciudadano mundial
Frente a la falta de antecedentes históricos susceptibles de servir de hoja de ruta, la cuestión central se plantea de la siguiente manera: ¿cómo contribuir para construir este tipo de movimiento? Y, primeramente, ¿cómo propiciar las condiciones para que este movimiento pueda emerger, y más específicamente, emerger en su propia consciencia? ¿Cómo participar también en su estructuración?
Si nuestra concepción de este tipo de movimiento político y social requiere aún precisiones a ese nivel, algunas propuestas podrían ya estar bastante avanzadas dentro del objetivo de proyectar su desarrollo con cierta dosis de optimismo. Para ello los medios de comunicaciones que revolucionan diariamente nuestro mundo son también herramientas que permiten la movilización de millones de individuos en todo el mundo, y de una manera casi inmediata.
Hace cinco siglos, Lutero ya podía movilizar masas en espacios de tiempos muy cortos. Pero esta movilización, formidable para la época, intervenía en un territorio geográfico y cultural que seguía –muy a su pesar- relativamente limitado. Hoy, tal movilización sólo se ve limitada por el espacio planetario, la lengua ya no es más un factor limitante (aunque una gobernanza mundial que respete el principio de diversidad debería fundarse conceptualmente sobre el diálogo inter-cultural e inter-lingüístico). Más allá de los medios técnicos, los conocimientos crecientes en materia de organización y de movilización permiten comprender la dinámica de las grandes campañas movilizadoras.
Pero y especialmente de Río-92 a Río+20, la emergencia de una consciencia colectiva mundial ofrece una ocasión para la movilización en relación a un proyecto común: la elaboración de un sistema de gobernanza mundial que le permita al colectivo planetario que es la Humanidad administrar los problemas del planeta. La creación de este tipo de sistema de gobernanza es vital y, si se quiere democrático, sólo un movimiento ciudadano mundial es hoy capaz de lograr que esto ocurra. El resultado lógico de un sistema de este tipo de gobernanza mundial y su institucionalización, sin importar cuál fuera la forma que esta institucionalización pudiese adoptar, se apoyará lógicamente en parte sobre mecanismos estatales clásicos y sobre el concepto del Estado heredados de la primera modernidad, pero esos conceptos y mecanismos serán por supuesto reactualizados, dentro del sistema político mundial de la segunda modernidad (la modernidad-mundo o muNdernidad). En efecto, si las instituciones estatales serán partes interesadas de esta empresa mundial de institucionalización política, solamente la dialéctica con un movimiento social mundial podrá generar la energía necesaria para que evolucionen hacia un sistema institucional (estatal) fundado en la articulación de las soberanías, desde lo local a lo global, es decir según nuestra definición, hacia un sistema cuya gobernanza democrática sea verdaderamente mundial.
Mientras tanto, los problemas globales se acumulan sin que ninguna solución parezca emerger. Ya no podemos contentarnos y seguir esperando que los G7, G8, los G20, que la ONU o que las grandes conferencias multilaterales sobre el futuro del planeta aporten soluciones milagrosas. Hoy, nuestra responsabilidad histórica es reaccionar y movilizarnos. Debemos contribuir a la expansión y articulación de las movilizaciones locales o sectoriales que se inscriban en ese movimiento progresista de la segunda modernidad que llamamos el movimiento ciudadano mundial. Debemos intensificar las movilizaciones no sólo para criticar y luchar contra las instituciones establecidas, sino también y especialmente para asumir nuestras responsabilidades y participar en el destino colectivo de la Humanidad.