Por Germà Pelayo
Estos días muchas voces de la prensa internacional y de especialistas comentan como el Brexit puede ser el principio de algo peor, de una cuesta abajo sin fin en Europa. Se está hablando de las propuestas de referéndum en Francia, Holanda y Dinamarca. De la evolución de la UE hacia una organización irrelevante o incluso hacia su desintegración.
En el contexto mundial la conmoción por el resultado del referéndum se añade a otros eventos recientes relacionados con las regiones. En primer lugar la UNASUR que se tambalea también con los gobiernos de Macri en Argentina y Temer en Brasil en provecho de la OEA y del TPP. Mientras, la cohesión de un tercer bloque regional, la ASEAN, está siendo sometida a un estira y afloja creciente entre Estados Unidos y China. El episodio actualmente en juego en este frente de la nueva guerra fría, se dirime el mes próximo, en que una cuestionada Corte Penal Internacional fallará en el conflicto entre ese último país y Filipinas sobre las islas Spratly, probablemente a favor de Filipinas.
¿Son estos acontecimientos una muestra de una tendencia al declive de los bloques regionales? En lugar de las regiones, los tratados bilaterales, nuevas armas del corporatismo financiero global organizada desde Estados Unidos, quieren hacer progresar y consolidar la agenda neoliberal, que había sido en parte frenada después de Doha con la entrada de los países emergentes en la OMC. La única respuesta regional indudablemente exitosa que hace la competencia a los bilaterales parece ser la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Lo es entre otras cosas por la entrada en el seno de este bloque, en enero de este año, de India y Pakistán. La nueva OCS conforma así un bloque euroasiático que reúne a casi la mitad de la población del planeta. Esta organización acoge al mismo tiempo por un lado la estrategia china de desarrollo por las infraestructuras en Eurasia (iniciativa “One Belt One Road”, corredores BCIM y de Karachi), por otro la voluntad rusa de no ceder un ápice en su papel de superpotencia militar protagonista de la nueva Guerra Fría, y finalmente la ambigüedad india, que juega entre no perder el tren de la integración con sus vecinos, concretamente la deslocalización de China a la búsqueda de salarios más bajos, pero tampoco el de otras oportunidades que la globalización le ofrece.
Más allá de este planteamiento regional o casi hemisférico, China se abre al mundo a su manera con espacios bilaterales de cooperación como los foros de cooperación con los países árabes (CASFC), África (FOCAC), o la CELAC. Otras regiones emergentes se organizan también en iniciativas relacionales, en el contexto de los esfuerzos de la articulación de la cooperación Sur-Sur, como por ejemplo el Foro América del Sur- África (ASA).
Este escenario de polarización y complejidad al mismo tiempo, probablemente no desembocará, en los próximos diez o veinte años, ni en un triunfo del corporatismo financiero de los tratados bilaterales, ni en una nueva apuesta al crecimiento y desarrollo estable de cada una de estas regiones, ni en una coexistencia sosegada y duradera entre estos dos modelos. En lugar de estos tres escenarios, existe uno cuarto que creo que tiene más posibilidades de prosperar: un equilibrio frágil, inestable e impredecible entre las diferentes estrategias.
Pero volviendo a Europa, ¿qué consecuencias puede tener la salida del Reino Unido de la UE en esta geopolítica de inestabilidad bi-multi-polar? En primer lugar quizás una separación más marcada entre atlantismo y europeísmo, entre un Reino Unido más orientado hacia los Estados Unidos al tiempo que una UE un poco menos condicionada por la influencia norteamericana para acercarse al bloque OCS, aunque esto último no va a ocurrir sin oposición en Europa del Este. Hablamos de una Europa en su conjunto que no sale de la crisis, que se aleja de un papel de potencia y perpetúa el de enano político, titubeante, sin proyecto propio y espacio disputado por otros, similar al que representa hoy en día la ASEAN y la UNASUR. Mientras, la nueva Guerra Fría también significa geográficamente eso: una tendencia a la aglutinación de fuerzas en torno a las potencias y la progresiva inestabilidad y desagregación política de las regiones restantes.
La convulsión del Brexit, que se superpone a otras crisis europeas no superadas como la de de la financiación o la de las migraciones, evoca la exigencia de la refundación de la UE. En ese contexto, las izquierdas continentales se reconocen en torno a la consigna de “más Europa”, evacuando la austeridad y recuperando el protagonismo de los actores públicos en la economía para fomentar el crecimiento económico. Un giro que implicaría también para algunos, más centralización y, para otros, más democratización. Pero como predicción de futuro, seguir el planteamiento según el cual basta votar a partidos anti-austeridad en los países de la Unión para desterrar a aquella, me parece un escenario poco realizable, por más que pueda parecer justo, sensato y eficaz socialmente.
La razón de ello es la enorme diferencia de contexto entre 1957 y las décadas que siguieron a la creación de la CEE, y 2016. Los “Treinta Gloriosos” fueron un período de la historia que no se repetirá. En primer lugar no podemos olvidar de que después de casi 60 años la liberalización de los mercados, que empezó con el mercado común europeo, está consolidada a nivel planetario. Por otro lado, la Segunda Guerra Fría, a diferencia de la Primera, carece de fundamento ideológico evidente. No hay miedo a que el comunismo soviético triunfe en Europa Occidental y la URSS o Rusia su sucesora, ya no representan un modelo a imitar, y por ello no es previsible una repetición de la respuesta de entonces al miedo comunista, en forma de proyecto de construcción o reconstrucción de un Estado del Bienestar, que actualmente continúa deshabilitándose.
Las relaciones de poder son otras porque el mundo es otro, y el aspecto clave que marca la diferencia es precisamente la mayor interdependencia con el contexto mundial. Un proyecto político de refundación europea, a diferencia del que se ha ido desarrollando en otras regiones del planeta (una diferencia definida por su historia y su rol en el presente) no puede eludir la dimensión planetaria. Más allá de la definición de sus relaciones internacionales y más allá de la política migratoria. La mundialidad debe estar en el núcleo mismo del proyecto político europeo.
Cada uno de los imperios europeos ya fue durante muchos siglos un mercado común y un proyecto político basados en la desigualdad y la explotación que modificaron sociedades enteras de las diferentes regiones del mundo, y que dieron a Europa los recursos para su desarrollo tecnológico, político, social y cultural. Además, después de las independencias la dominación de Occidente ha continuado mediante la sujeción a la deuda, las intervenciones militares, los programas de ajuste estructural, el clientelismo político, el imperialismo cultural y otras prácticas de imposición.
En definitiva, Europa se lo debe todo al mundo. Y la refundación europea es un proyecto que no puede ignorar esa realidad. Más allá de reconsiderar las políticas migratorias, más allá de los gestos de reparación simbólica o incluso de compensación económica, cualquier proyecto de refundación europea debe incluir en su núcleo la reformulación de las relaciones de Europa con el resto del planeta. El mandato es obvio: se trata de erradicar la matriz neocolonial y remplazarla por otra más equitativa.
He aquí algunas pistas de propuestas para la Europa refundada abierta al mundo, que el mundo necesita. Por su puesto se trata de ideas orientativas para un debate abierto a la crítica y a la reconsideración:
1. Relocalizar la economía para hacerla independiente de las importaciones. Reconocer la necesidad de renunciar a las relaciones neocoloniales para contribuir a un equilibrio regional y a un comercio internacional justo y no dominador, en relación al comercio interregional y local.
2. Este paso incluye una transición energética generalizada en toda la Unión, que haga desaparecer la dependencia petrolera de Oriente Medio y gasística de Rusia, entre otros. Pero sin recurrir a la energía nuclear.
3. Eliminar la deuda del Tercer Mundo, especialmente la integralidad de la deuda odiosa y de la deuda de los países más pobres. Mantener o aumentar los esquemas de cooperación y someterlos a procesos de estricta transparencia y de gobernanza compartida y participativa.
4. Abandonar el proyecto de Tratado de Libre Comercio Transatlántico (TTIP) y establecer la arquitectura jurídica necesaria para cortar de raíz o entorpecer la posibilidad de participar en otras iniciativas similares futuras.
5. Reconstruir e impulsar los espacios de vecindad como la Unión por el Mediterráneo.
6. Apoyar la democracia real en Europa y en el mundo. En el mundo, en lugar de fomentar las “revoluciones de colores” para instalar gobiernos favorables al atlantismo y a las grandes finanzas, la Europa refundada debería cooperar políticamente de igual a igual con la sociedad civil y política genuinas de otros países que quieren superar los diferentes autoritarismos pero que al mismo tiempo desconfían del modelo llamado de democracia representativa.
7. Impulsar la creación de una Organización de las Regiones Continentales (no confundir con la Organización de las Regiones Unidas que reúne unidades subestatales) para promover el intercambio de experiencias y fortalecimiento mutuo en los procesos de integración regional. Adoptar una política proactiva a favor de una regionalización de la gobernanza mundial que favorezca un orden mundial más equitativo, justo y democrático.