En los años cercanos al 2000, mientras George W. Bush accede a la presidencia de los Estados Unidos, un grupo de individuos influyentes intenta transformar la naturaleza de la gobernanza mundial en beneficio de su país. Estas personas forman parte de una corriente intelectual designada bajo el término de “neoconservadores” y llevarán al presidente estadounidense a adoptar una postura radical en relación al resto del mundo, que tendrá como consecuencia, entre otras cosas, la intervención en Irak, antes de implosionar durante los últimos años del segundo mandato de Bush.
El movimiento “neoconservador” tiene sus orígenes en la izquierda radical neoyorkina de los años cincuenta. Contra toda previsión posible, algunos de los jóvenes trotskistas opuestos de manera virulenta a la Rusia estalinista terminarán acercándose en las dos décadas siguientes a la derecha radical anticomunista – la que apoyará a Reagan durante su campaña 1980- , que no debe confundirse con la derecha cristiana que se opone al aborto y que saldrá al ruedo en los años 80/90.
El movimiento neoconservador, aunque profundamente politizado, es en primer lugar intelectual. Sus raíces trotskistas le hacen privilegiar la guerra de ideas y la manipulación de las masas por medio de un trabajo de propaganda. Mantiene la doctrina de la lucha permanente de Trotsky como también la idea desarrollada por Hegel de una historia lineal que debe culminar en un estado de finalidad histórica. Sin embargo, el movimiento neoconservador reivindica oficialmente a otra figura intelectual, Leo Strauss, inmigrante austríaco, famoso profesor de filosofía política en la Universidad de Chicago, de quien sus partidarios retienen la noción de que las élites van a guiar a las masas, a veces manteniéndolas en la ignorancia de los reales objetivos y motivaciones de los gobernantes, ya que son incapaces de entenderlos (Strauss era un seguidor incondicional de Platón). Último modelo emblemático del movimiento, Winston Churchill es percibido por los neoconservadores como la encarnación y el símbolo de su cruzada, vale decir el hombre que venció a las fuerzas totalitarias para hacer triunfar a la democracia y el libre intercambio, los dos pilares de la ideología neoconservadora.
La pos Guerra Fría coincide con la verdadera escalada de los neoconservadores. Decepcionados por el primer Bush, según ellos culpable de haber desperdiciado la oportunidad de asentar con firmeza la hiperpotencia estadounidense, los neoconservadores le declaran la guerra a su sucesor, Bill Clinton, cuya política basada en el realismo geoeconómico contrasta por completo con el idealismo reaccionario proclamado a voz en cuello por los adoradores del neoconservadurismo a ultranza. Financiados por fundaciones privadas que disponen de fondos consistentes, los centros de investigación neoconservadores producen ideas que las revistas especializadas, periódicos y revistas afiliados al movimiento o que simpatizan con él (como el Wall Street Journal) luego difunden de diversas formas. Además, intelectuales cercanos al movimiento, como Francis Fukuyama y Samuel Huntington, desarrollaron paradigmas (fin de la Historia, Choque de Civilizaciones) sobre la futura gobernanza mundial que vienen dominando por completo los debates en torno a ese tema desde la caída del Muro de Berlín (1989).
Tras la controvertida elección del año 2000 los neoconservadores acceden de algún modo al poder: la presidencia, la vicepresidencia y el Pentágono son ganados para la causa por intermedio de George W. Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, los tres hombres fuertes de la nueva administración, que comparten la ideología neoconservadora y siguen al pie de la letra los preceptos de sus profetas. Los neoconservadores defienden entonces resueltamente la idea de un nuevo orden mundial que se articularía en torno a la hegemonía estadounidense y que se instauraría a través de la proyección de la potencia militar a través del mundo. Al tener los Estados Unidos el ejército más equipado -por lejos- y teóricamente más poderoso del mundo, la oportunidad de imponer la potencia norteamericana debe ser aprovechada sin demora. Una vez afirmada la superioridad de EEUU sobre el resto del mundo, el país podrá gozar de sus beneficios al menos por unas décadas. Tal era el escenario que por ese entonces se anticipaba.
En la práctica, esta gran estrategia debía desarrollarse primero en Medio Oriente, región donde los neoconservadores echan el ojo. El plan de ataque es simple: adueñándose del eslabón más débil de la región, en este caso Irak, los Estados Unidos podrán imponer su modelo de democracia que, por un efecto de mancha de aceite, se propagará a largo plazo en toda la región. ¿Cómo justificar una intervención de esa índole? Los atentados del 11 de septiembre de 2001 no tardan en brindar una solución y ya desde el día siguiente al ataque, el clan neoconservador aprovecha la ocasión. El efecto es doble: por un lado, los atentados permiten poner en práctica la estrategia; por otro lado, ayudan a los neoconservadores a ganar la lucha de poder que los enfrenta al Departamento de Estado dirigido por Colin Powell, quien termina sufriendo la afrenta de presentar frente a la ONU los argumentos de los neoconservadores que él mismo intentó desacreditar por todos los medios.
Sin embargo, y a pesar del apoyo incondicional de la opinión pública y de los medios estadounidenses, el abismo entre la teoría y la práctica demuestra ser infranqueable y ese nuevo orden mundial en devenir queda irremediablemente confinado al campo de lo virtual. En los hechos, la intervención en Irak se traduce en primer lugar por un fracaso diplomático y luego por un fiasco militar y estratégico de gran envergadura. Incluso antes de que terminara el segundo mandato de Bush y de la elección de Barack Obama, el balance neoconservador era desastroso. No sólo el reordenamiento del “Gran Medio Oriente” se ve coronado por un rotundo fracaso sino que, sobre todo, los Estados Unidos salen notablemente debilitados de la década que supuestamente coronaría su hegemonía global.
Este retroceso geoestratégico sin precedentes en su historia resulta más doloroso luego que los Estados Unidos, símbolo del crecimiento económico, recibieron de lleno (2008) el azote de la crisis (económica) que provocaron con sus andadas. El resultado es efectivamente un nuevo orden mundial, pero que ve el surgimiento de China como actor número uno del gran tablero y el desplazamiento del eje geoestratégico mundial de Europa a Asia. El exceso de ambiciones de los neoconservadores habrá tenido entonces como efecto acelerar un fenómeno que a largo plazo era irremediable: el fin de la hegemonía occidental que pesaba sobre el mundo desde hacía cerca de quinientos años. En ese sentido, habrán contribuido a su manera a transformar el mundo, aunque no en el sentido en que ellos hubieran querido.