1. Sobre el uso del neologismo
Si escribimos en un buscador en la web “movimiento cosmopolitario” [1], “cosmopolitarian movement” o en francés “mouvement cosmopolitaire”, sólo encontraremos una única referencia “¿Quién dirige el mundo? Por un movimiento democrático cosmopolitario” [2].
Asumamos pues que se trata de un neologismo. La enciclopedia online Wikipedia nos advierte: “De manera general, el uso de neologismos debería evitarse a la hora de escribir un artículo”. Con más razón aún, probablemente, tratándose como en este caso de un artículo que constituye una “entrada de un diccionario”. Habrá que ser prudentes entonces, para no crear más confusión que claridad.
Siempre existe una intención particular cuando un autor decide forjar una nueva herramienta conceptual. Ya sea porque desde un punto de vista estrictamente teórico, el del debate de ideas, no le satisfacen los conceptos disponibles para responder a la problemática que ha planteado o bien, en el marco de la práctica social, porque las palabras ya han sido tan desgastadas -o vaciadas de su sentido original-, vapuleadas, deformadas, recuperadas o recicladas en los moldes de los discursos ideológicos en pugna que han perdido su valor heurístico y movilizador y se hace entonces necesario, para el autor, concebir otras que puedan estar cargadas de fuerza creadora de acción.
En lo que a nosotros respecta, se trata de la limitación contemporánea, tanto del pensamiento como de la acción, lo que generó la necesidad de crear un nuevo producto conceptual, “el movimiento democrático cosmopolitario”, para dar mayor inteligibilidad al mundo y a la práctica social, en particular cuando nos interesamos, como en este caso, por el tema del “poder mundial”.
2. Definición analógica y construcción del concepto
¿Cuál es entonces la problemática que, una vez planteada, requirió de la creación de este neologismo. Citamos:
“¿Cómo hacer que la gobernanza mundial se torne operante?: he ahí […] “el desafío del siglo”, desafío que tenemos que comprometernos a asumir. Sería urgente hacerlo, pero todavía no tenemos las herramientas teóricas para responder, ni con mayor razón las fuerzas sociales y políticas necesarias para instaurar las condiciones para esa gobernanza. Es hora entonces de convocar la creación de un movimiento democrático mundial, que lleve a la institución del estado de derecho en el nivel que hoy en día sería operante: el nivel mundial” […] [Se define entonces como “movimiento democrático cosmopolitario”] al movimiento social mundial que tendrá como reivindicación primordial la constitución de un Estado mundial [3] , como los movimientos nacionalitarios que en los siglos XVIII, XIX y XX reivindicaban la creación de Estados nacionales […]” [4].
Dentro de la familia de los movimientos sociales y políticos, el adjetivo “cosmopolitario” se construye pues por analogía con el de “nacionalitario”. Pensadores marxistas como Maxime Rodinson y Anouar Abdel-Malek habían hecho la distinción entre nacionalismo por un lado y nacionalitarismo por otro. El nacionalismo era, desde su punto de vista, una concepción ideológica caracterizada por el repliegue sobre sí mismo y la negación del universalismo. El nacionalitarismo es la ideología de un movimiento que reivindica -en nombre del universalismo- la autonomía o la independencia frente a una potencia imperial o colonial, o frente a un Estado-nación que reprime las identidades lingüísticas, étnicas, culturales dentro de su propio territorio. Desde esta perspectiva, en el proceso de mundialización de la modernidad, el nacionalismo será la ideología de un movimiento conservador o reaccionario que apunte -dentro del marco de un Estado-nación- a resistir a la mundialización de la modernidad; por su parte, el nacionalitarismo sería la ideología de un movimiento que apunte a la autonomía política (una nueva forma de ciudadanía) sobre una base territorial más limitada que la del Estado nacional, pero pudiendo fácilmente cuadrar con este último, dentro del marco de un sistema democrático descentralizado (regionalista o federalista), obedeciendo al principio de subsidiariedad.
El movimiento neozapatista del subcomandante Marcos, en las montañas de Chiapas, brinda una ilustración contemporánea del discurso nacionalitario. Su eje central es la ciudadanía. La fuerza del discurso de Marcos radica en que articula las distintas formas de ciudadanía al menos en cuatro niveles de reivindicaciones -que emanan de cuatro tipo de movimientos sociales hasta ese entonces disociados, y anteriormente planteados hasta como antagónicos-: identitairo (maya), nacionalitario (chiapaneca), de liberación nacional antiimperialista (mexicano/zapatista), mundial/universal (rebautizado “contra el neoliberalismo y por la vida”). Marcos realiza de este modo -sin decirlo- una verdadera propuesta de “democracia mundial multiniveles”, dado que plantea por primera vez la idea de que no hay contradicción -sino todo lo contrario- entre diferentes niveles de reivindicaciones hasta ese entonces enunciadas por movimientos de muy distinto tipo.
Pero Marcos no desarrolla su razonamiento conceptual y político hasta el final: es “altermundialista” antes de tiempo (precursor por algunos años de los Foros Sociales Mundiales) pero, aun cuando es el primero en entender la extraordinaria mutación que provoca internet (antes del boom de las redes sociales), todavía es demasiado “internacionalista” como para dar al movimiento una dimensión política a escala mundial. Podríamos decir, en este sentido, que le falta la dimensión “cosmopolitaria”, la de la reivindicación de un Estado mundial para garantizar la posibilidad de una gobernanza mundial que permita un “mundo en el que puedan caber todos los mundos” según la frase ya célebre de Marcos, es decir donde las reivindicaciones nacionalitarias no serían reprimidas por los Estados nacionalistas, pues se verían garantizadas por un Estado de derecho superior y controlable democráticamente.
Hay por lo tanto una analogía clara entre lo “nacionalitario” y lo “cosmopolitario” y quizás más aún, una filiación ideológica que sólo se expresó a partir de los años 1990, es decir desde que el final de la Guerra Fría provocó una aceleración de la mundialización.
3. Identidad y subjetividad colectivas: de la Tierra-Patria al movimiento democrático cosmopolitario
La construcción de la subjetividad se confunde hoy en día con la búsqueda de identidad. Tal como lo destacan Morin y Kern ya en 1993, en “Tierra Patria”, la aceleración de la mundialización probablemente origine una redefinición de la búsqueda identitaria universal, en sus dimensiones simultáneamente individual y colectiva:
“La mundialización y la homogeneización civilizacional han generado en contragolpe una legítima necesidad identitaria de retorno a las fuentes que los partidos que están en el poder no están asumiendo. Esta demisión de su parte deja el campo libre a los nacionalismos étnicos, agresivos, mientras que, en la perspectiva de una fraternidad terrícola sería preferible, y posible, reconciliar identidades y aperturas”. [5]
La idea de Tierra Patria retoma la de nación a la vez “matriótica”, “patriótica” y “fraterna” (en palabras de Edgar Morin). Se trata de algún modo de hacer de la Humanidad una comunidad, incluso una nación: “La idea de Tierra Patria, la de que hay que cuidar la Tierra, se inscribe en continuidad con este proceso. No hay fraternidad sin maternidad. A partir de la idea de comunidad de origen, de naturaleza, de destino o de perdición, podemos dar un contenido fraternizante que los cosmopolitismos abstractos y los internacionalismos abstractos nunca pudieron dar” [6]. .
Las grandes catástrofes ecológicas, la toma de conciencia del calentamiento del planeta y de la crisis climática así como la aceleración de la mundialización dieron algunos 20 años más tarde las condiciones de posibilidad para que surgiera una conciencia planetaria, es decir la conciencia de una identidad en común, antropológica, paralela y complementaria a las identidades singulares:
“Entonces ¿cómo puede surgir el reconocimiento de la identidad común, planetaria del Hombre?
No podemos prever ni el momento ni los modos de arraigo de una toma de conciencia. Tienen que crearse redes, movimientos para que esa conciencia se transforme en una fuerza” [7].
Aquí denominamos a la totalidad de las redes, de esos movimientos de los que habla Edgard Morin: “movimiento democrático cosmopolitario”. Es un movimiento social y político que podrá permitir que la Humanidad transforme esta conciencia “en sí” -la conciencia de pertenecer a una misma comunidad humana- en conciencia “para sí”. En otros términos, que la Humanidad pase del reconocimiento de una identidad colectiva al de una subjetividad colectiva. Ese movimiento es el que hará posible la democracia a escala planetaria.
He aquí más precisamente cómo se construye el concepto: Cosmo- por “mundo” (que definimos aquí como relación dialéctica entre lo global/planetario y lo local) ; -polit- por el carácter “ciudadano” del movimiento (un movimiento más “político” en su reivindicación democrática de “ciudadanía” que “social” propiamente dicho); y -ario como sufijo que expresa la cualidad “no ideológica” (sería “-ista”) y “no excluyente” del concepto, más sociológico que ideológico [8]..
4. La toma de conciencia de la Comunidad Humana está terminada (o casi) Cuarenta años después de Estocolmo (1972) y de la primera Cumbre de la Tierra, los protagonistas de la Cumbre de Río + 20 enunciaron como una evidencia, con una trágica ingenuidad, que para salvar a la Humanidad de la catástrofe estamos en estado de urgencia. Los más pesimistas de los años 70 no podían siquiera imaginar el estado catastrófico -parcialmente irreversible- en el que se encuentra hoy en día el planeta.
El desafío es la instauración de un sistema mundial capaz de implementar la “sustentabilidad de la Tierra para un desarrollo social y humano”, preservando la biodiversidad y erradicando la pobreza.
Desde el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2001, lo que vemos aparecer ante nuestros ojos, tras más de una década de altermundialismo, es el surgimiento de un amplio movimiento social -a nivel mundial- que hoy podría estar en condiciones de exigir que las grandes familias políticas -cualesquiera que sean sus tendencias ideológicas- creen una especie de Asamblea Constituyente Mundial que transforme y democratice a la ONU, al sistema internacional y multilateral.
Los nuevos movimientos sociales aparecidos después de 1968, luego los movimientos anti y altermundialistas convergen de hecho desde hace unos veinte años en torno a reivindicaciones que – quieran o no- llevan a plantear la cuestión de la creación de una institucionalización política capaz de responder a los desafíos planetarios.
El movimiento democrático cosmopolitario es en primer lugar un “movimiento de ciudadanos”. En el plano ideológico, se inscribe en la continuidad de los movimientos democrático-nacionalitarios del siglo XIX y de los movimientos obreros socialistas del siglo XX. Por último, del período de 1945-1989, realiza una síntesis no sólo de los “nuevos movimientos sociales” (en el centro del sistema mundial), sino también de los movimientos de redemocratización y de los movimientos de liberación nacional (en la periferia). Desde los años 2000 se consolidó a través del altermundialismo, particularmente dentro del marco de los Foros Sociales Mundiales.
El punto en común de las reivindicaciones del movimiento democrático cosmopolitario es que se basan en los derechos. Al igual que el movimiento democrático nacionalitario, el movimiento democrático cosmopolitario se basa en la idea de subjetividad (individual/colectiva), pero en lugar de limitarla a la relación ciudadano/nación, la hace pasar a un estadio superior de complejidad, multiplicando -de lo local a lo global- las distintas escalas institucionales posibles donde puede ejercerse la democracia, es decir la expresión de la subjetividad colectiva.
Como el movimiento obrero socialista, el movimiento democrático cosmopolitario incorpora la idea de emancipación. Además, integró la crítica de la democracia formal y reivindica una “democracia material”, que complete a la democracia representativa con democracias participativas y directas. Una democracia, al fin, que se despliegue no sólo en la esfera de lo político sino también en la de la sociedad civil, donde las nociones de libertad, igualdad y solidaridad sean revisitadas.
Tomando por base los avances ideológicos del movimiento altermundialista, basándose en los repertorios de acciones tanto “altermundialistas” como “antimundialización”, ampliando su base social a actores frustrados por los bloqueos actuales (representantes de pequeños Estados nacionales o de instituciones internacionales), el “movimiento democrático cosmopolitario” tendría por misión histórica crear las condiciones políticas para la reorganización de las fuerzas sociales (y por lo tanto para el surgimiento de nuevos movimientos sociales) dentro de un marco más mundial y más democrático a la vez.
5. Movimiento cosmopolitario y Estado mundial
El movimiento democrático cosmopolitario desaparecería así por sí mismo el día en que se cree un Estado mundial, tal como desaparecieron los movimientos nacionalitarios desde el momento en que se creaba el Estado nacional que estaban reclamando.
El Estado mundial democrático, que surgiría bajo la presión del movimiento democrático cosmopolitario, no instauraría una sociedad mundial sin conflictos. No haría desaparecer ni las voluntades de dominación política, ni de explotación económica o hegemonía cultural que actúan desde lo local hasta lo global. Pero haría finalmente posible la reorganización de la acción colectiva en los niveles de gobernanza legítima. Sería un marco mucho más operante para la expresión de las fuerzas sociales antagónicas y sus expresiones ideológicas o políticas que el marco actual del Estado nacional, aun en su organización en sistema inter-nacional.
El Estado mundial permitiría también no sólo legitimar el sistema político mundial (la gobernanza del mundo) sino también relegitimar la política en todos sus niveles, desde lo local hasta lo global. El movimiento democrático cosmopolitario se convertiría entonces en el sujeto político que permitió el advenimiento del Estado mundial, cuyas instituciones democráticas posibilitarían el libre debate sobre la preservación del planeta y la emancipación de la humanidad. ¡Todo quedaría aún por hacer!
Es a través del diálogo y la negociación con las organizaciones de la sociedad civil mundial, y mediante los desafíos que le plantearían los movimientos sociales mundiales sobre las orientaciones societales fundamentales tomadas en nombre de los pueblos y los ciudadanos del mundo que el Estado mundial, árbitro y piloto, sería el garante de la gobernanza mundial (cuyas formas se debatirían entonces democráticamente).
Un Estado mundial permitiría de este modo que la acción colectiva (social o política) recobrara un sentido, porque se reorganizaría dentro de un campo de fuerzas enmarcado institucionalmente. La humanidad podría al fin constituirse como sujeto de su propia historia.
[1] El presente texto se escribe el 28 de mayo de 2013
[2] Jean Rossiaud, Qui dirige le monde ? Pour un mouvement démocratique cosmopolitaire, Cahier de proposition du Forum pour une nouvelle gouvernance mondiale (FnGM), noviembre de 2012.
[3] Ver entrada « Estado mundial ».
[4] Jean Rossiaud, idem.
[5] Edgar Morin, in Turbulence n° 1, [1994: 90].
[6] Idem
[7] Morin, in Turbulence n° 1, [1994: 90].
[8] Cabe señalar que si el concepto de cosmopolitario fuera tomado como un calificativo ideológico más que como concepto sociológico, sería preferible entonces hablar de “cosmopolitarismo” (y de movimiento cosmopolitarista), por oposición a cosmopolitismo: este último se refiere a una ciudadanía abstracta, que excluye las identidades múltiples, basadas en pertenencias construidas sobre pasados colectivos: familiares, étnicos, lingüísticos o simplemente territoriales