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Humanidad, principio de

Fecha de creación

Jueves, Abril 7, 2016 - 07:44

La arquitectura de una nueva gobernanza mundial necesita basarse en fundamentos éticos y filosóficos nuevos y que, al mismo tiempo, recuperen las sabidurías ancestrales de los diversos pueblos y civilizaciones que han atravesado las edades de la historia. Los nuevos fundamentos éticos y filosóficos deben entonces ser plurales, respetuosos de la rica y compleja diversidad de las tradiciones filosóficas y religiosas de los múltiples pueblos que han constituido la historia y siguen poblando el planeta Tierra.

Hasta hoy el marco conceptual e institucional de la gobernanza mundial, que se fue configurando desde hace doscientos años y cuyos inicios se podrían identificar hacia el siglo XV con la expansión europea, se basa principalmente en las tradiciones y visiones de Europa occidental. Los pensadores, filósofos, políticos y jefes de Estado europeos fueron dejando la impronta de sus propias visiones de cómo debía ser gobernado el mundo. De ahí han emanado los principios jurídicos del derecho nacional e internacional y la arquitectura internacional que dio forma a la Sociedad de las Naciones primero y a las Naciones Unidas después. Las transformaciones y adaptaciones de esta arquitectura de la gobernanza mundial que han sido introducidas por los Estados Unidos -por Woodrow Wilson después de la Primera Guerra y Franklin D. Roosevelt después de la Segunda Guerra- tienen sus antecedentes filosóficos y teóricos en el pensamiento europeo occidental.

Hoy, el mundo está cambiando profunda y rápidamente. Se ha entrado en una fase de transición donde diversas crisis van sucediéndose e intricándose. Vivimos una crisis financiera acompañada por una crisis económica que afecta a franjas enteras de los sistemas bancarios e industriales, haciendo planear una vez más el espectro del desempleo masivo sobre las economías más integradas a los mercados mundiales. Estamos viviendo también una crisis de la relación entre la humanidad y la biosfera que agrava los desequilibrios ecológicos y provoca situaciones inéditas de hambre, escasez, falta de agua y de aire. Asistimos más profundamente a una crisis ética con respecto a los valores y principios sobre los cuales están construidas las sociedades, y esta crisis hace temblar los pilares esenciales sobre los que estas mismas sociedades se apoyan para tratar de resolver los conflictos. Es por tanto urgente repensar las bases éticas sobre las que se construyó el sistema de la gobernanza mundial, puesto que ese mismo sistema ha también entrado en crisis.

No se trata sólo de pensar en reformar las Naciones Unidas o el sistema del Estado-nación. Tampoco se trata exclusivamente de repensar el funcionamiento de los sistemas democráticos y del mercado. El desafío es mayor: se trata de repensar y refundar las bases éticas y filosóficas de la arquitectura de la gobernanza mundial. Para ello, la clave radica en encontrar y construir los nuevos pilares de esta gobernanza mundial, los cuales deben ser plurales y respetuosos de las diversas cosmovisiones de los pueblos de la Tierra.

Es allí donde el principio de humanidad cobra una importancia fundamental [1]. Obviamente se puede afirmar que este principio tiene sus raíces en las primeras sociedades humanas, donde los primeros seres humanos se reunieron para sobrevivir. El principio de humanidad es así tan antiguo como la humanidad misma. Pero hoy cobra una relevancia histórica porque la humanidad ha entrado en una fase de transición de una profunda mutación que se articula en torno a dos acontecimientos simultáneos y vinculados uno con el otro: el primero de ellos es la mundialización. Ciertamente no se trata de un fenómeno nuevo, pero a fines del siglo XX la mundialización alcanzó un umbral crítico donde los diversos fenómenos han superado por completo las competencias y capacidades de los actores que operan a escala mundial, y sobre todo de los Estados, tanto más cuanto que estos últimos siguen funcionando según el principio del interés nacional. El segundo fenómeno, que se expresó ya dramáticamente en los años ‘50 con la amenaza de un cataclismo nuclear y luego en los años ‘70 con los primeros indicios del rápido y preocupante deterioro del medioambiente y las grandes catástrofes de centrales nucleares es la toma de conciencia de que el modo de producción y consumo de los dos últimos siglos, y todos sus excesos, han llevado a una etapa crítica de la historia donde el ser humano no sólo puede llegar a autodestruirse como especie sino que también es capaz de destruir su planeta.

En consecuencia, el principio de humanidad en esta etapa de la historia no es sólo una cuestión de supervivencia: hoy se impone, como nunca antes, la evidencia de una comunidad de destino de la Humanidad en su conjunto. En la actualidad resulta insuficiente decir que hay que defender la Patria o la Nación. La escala de los desafíos es la del planeta y lo necesario y pertinente es proclamar su supervivencia y la de todos y cada uno de los pueblos que lo habitan. El principio de humanidad cobra en nuestros días una importancia creciente y singular, porque a pesar de que los pueblos y las instituciones logran difícilmente sobreponerse a las crisis en curso, a pesar del desempleo masivo que golpea a muchas economías, a pesar de la agravación de las desigualdades sociales, a pesar del deterioro del medioambiente, entre todas las crisis hay una que todavía sigue vigente y que es la crisis de la relación de los seres humanos entre ellos mismos. Si no disponemos de la capacidad o de los medios para encontrar nuevas soluciones a las crisis actuales, no seremos capaces de frenar o contrarrestar las guerras abiertas u ocultas que sacuden regiones estratégicas de nuestro mundo. Y así la humanidad corre el riesgo de quedar atrapada en un engranaje mortífero, aún más grave que el que provocó la exterminación de los pueblos durante las guerras mundiales y los genocidios, no sólo del siglo pasado sino de los siglos anteriores también.

El principio de humanidad radica entonces en una toma de conciencia doble: la conciencia de una comunidad de destino, más allá de los intereses particulares, y la conciencia dentro de esta visión, de la unidad del género humano y del valor de la persona humana. Se trata entonces de la supervivencia de la humanidad como interés superior de las naciones y de los seres humanos y de la unidad del género humano y del valor de la persona humana en sí misma como bienes intransables. Comprendido de este modo, dicho principio aparece entonces no sólo como un pilar ético sino además como un soporte que permite resolver uno de los grandes desafíos de la complejidad del mundo actual: lograr la unidad y la diversidad del género humano.

[1] El control de la violencia guerrera en un mundo globalizado. Jean-René Bachelet. Serie Cuadernos de Propuestas del Foro por una nueva Gobernanza Mundial. http://www.world-governance.org/spip.php?article463&lang=es