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De la COP21 a la soberanía vital

Fecha de creación

Jueves, Marzo 31, 2016 - 14:47

¿Qué es lo que no está funcionando en el COP21? La posibilidad de que se produzca un milagro, como ha señalado recientemente Naomi Klein. La cumbre sobre el clima será otro momento estrella del teatro de la política mundial en la que a las ambiciosas promesas adelantadas por los responsables políticos al principio de la cumbre, se puede llegar, al cabo de los 12 días del encuentro, a alcanzar un acuerdo vinculante relacionado con la reducción de los gases de efecto invernadero para limitar el aumento de la temperatura global a 2ºC en 2100, con relación a los niveles preindustriales. De hecho, conseguir completar este pacto es el objetivo del encuentro. Pero incluso este acuerdo sería insuficiente. En primer lugar porque llega tarde para evitar un cambio climático que ya ha comenzado y se ha cobrado sus víctimas, por ejemplo las 4000 muertes diarias del pico climático en Pekín que ocurren en estos mismos días. Pero también sobretodo porque en el mundo de los estados y las corporaciones, el equilibrio de fuerzas favorece enormemente a aquellos pocos que creen que incumplir promesas y acuerdos les beneficia, en detrimento de muchos otros que sabemos que el perjuicio de esa actitud es global e irreversible.

La historia de las anteriores conferencias de las partes es una acumulación de compromisos modestos, propuestas nunca consensuadas, lucha de intereses entre bloques, presión de las grandes multiancionales y de los lobbies de la “economía verde” con sus falsas soluciones de agroingeniería milagrosa y sobretodo, ausencia de acción efectiva frente a un incremento incesante de las emisiones de carbono que lleva a un balance catastrófico. La implementación parcial del Protocolo de Kyoto que entró en vigor en 2005, con sólo 35 países entre los que no se contaba Estados Unidos o los grandes emergentes, ha sido insuficiente para impedir el cambio climático y en la actualidad la temperatura ya se sitúa en 0,8ºC por encima de la era preindustrial. Visto en su totalidad, Kyoto fracasó en alcanzar sus objetivos de reducción de dióxido de carbono. Pero según los defensores del proceso de las COP, la complejidad de las negociaciones ha estado relacionado por un lado con programas de reducción que afectan todos los sectores económicos, y por otro con el sistema de toma de decisiones, por consenso entre 190 países, en el que fácilmente un grupo pequeño de países puede bloquear el proceso.

Hasta la fecha los compromisos voluntarios de los países en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, que se aprobaron tardíamente en la COP18 de Doha en 2012, sitúan la trayectoria de aumento de temperatura en 2100 en 2,7ºC si se cumplen estrictamente, muy lejos de los 2ºC aceptados por los políticos de los grandes países como imprescindibles para conseguir revertir el cambio climático, y aún más de los 1,5ºC estudiados por los científicos, y aceptados por la sociedad civil y por algunos países.

Las previsiones para el acuerdo de París, que ha de substituir a Kyoto y entrar en vigor a partir de 2020, hablan de que éste puede ser una realidad y que los líderes, con Estados Unidos y China a la cabeza, buscan su consecución a causa de la enorme presión social y mediática entorno al encuentro, pero al mismo tiempo el acuerdo no será suficientemente satisfactorio ya sea por el contenido así como por las garantías reales de que llegue a implementarse adecuadamente.

El contexto del inicio de la COP21 recuerda la retórica política de las campañas electorales. Los gobiernos, en su mayoría y durante la mayor parte de su tiempo, portavoces de los intereses de las grandes corporaciones, atienden una vez cada ciertos años al ritual mediático-social que se desarrolla en una gran cumbre. La intensidad de las proclamas es enorme debido al momentum. La exposición de motivos de los 150 líderes presentes, escenifica una feria de buenas y ambiciosas intenciones, tonos graves, retóricas victimistas, acusaciones contundentes, autocríticas interesadas, promesas de solidaridad, alardes de alumno ejemplar, defensa de soluciones científicas, peticiones para alcanzar el anhelado acuerdo vinculante, pero pocas menciones o ninguna al neoliberalismo, a los tratados comerciales continentales, a las desigualdades, a las guerras por los recursos y en general poco anàlisis en profundidad de la complejidad sistémica de los desafíos.

Pero todos sabemos que si se llega a un nuevo acuerdo, tratado o protocolo, los dos aspectos fundamentales serán por un lado la verdadera ambición de su contenido y la letre pequeña que encierre, y por otro la vigilancia estrecha a la que la sociedad civil someta a los políticos, sobre fechas, garantías, mecanismos de control... incluyendo la capacidad de ejercer respuestas coordinadas y robustas ante la inacción por razones de regateo geopolítico.

Los políticos y burócratas deben entender que las personas tenemos prisa. Hoy en día hay una desesperación urgente en Kiribati, en China, en Bangladesh, en Filipinas, en Etiopía, en Perú y hay muchísima prisa en muchos otros países. Mañana la tendremos en todo el planeta porque la tendencia que ha llevado a doblar el número de catàstrofes ambientales en pocos años, no hace más que crecer. Cada vez son más ciudadanos de este mundo que ya no necesitan una evidencia científica del cambio climático porque lo han sufrido en sus propias carnes, a menudo con trágicas consecuencias.

Detrás del desequilibrio climático, de la acidicación de los océanos, de las desertificaciones y la desaparición de los bosques, de la extinciòn acelerada de especies, del aumento de desechos, de víctimas y de refugiados climáticos, del persistente riesgo nuclear, es el conjunto del modelo extractivista, energético, productivo y consumista que hace falta cuestionar. Afecta a las responsabilidades individuales y colectivas de cada uno entre las y los 7 mil millones.

Pero ahí llegamos a las dificultades políticas, al enorme déficit democrático del sistema, a las relaciones de poder. Las aspiraciones de las personas de este mundo, de la ciudadanía mundial, no caben en el TINA político de los caciques nacionales del capitalismo salvaje. Prometer 2ºC o 1,5ºC no es suficiente. La mejor y más robusta vigilancia ciudadana en los próximos años no es suficiente, porque estamos ante un problema estructural. Como la punta del íceberg de Volkswagen demostró, los técnicos de cada país y cada multinacional seguirán trabajando haciendo trampa en los números para seguir lanzando carbono mientras aparentemente cumplen con sus objetivos, pues los intereses de los detentores del poder pasan por encima de nuestras vidas y las de las generaciones futuras.

El problema político puede plantearse así: la soberanía nominal del mundo recae en los gobiernos pero la soberanía real está en manos, más allá de algunos grandes países, de los responsables de las grandes corporaciones, que no andan muy lejos de las cumbres mundiales dictando lo que se puede hacer o no, o también proponiendo soluciones para sus negocios y para salvar el capitalismo de la presión del momento.

Para cambiar de modelo entre otras cosas hace falta pensar en términos de soberanía vital. La soberanía vital se entiende citando el lema activista presente en París “no defendemos la naturaleza, somos la naturaleza que se defiende”. La humanidad es una parte integrante de la naturaleza, de la madre tierra, y su manera de gestionar el planeta y de respetarse a sí misma debe tener en cuenta las leyes y los límites de la naturaleza.

Como principio filosófico-jurídico, la soberanía vital define al conjunto de la biosfera, con la humanidad incluída en ella, como un sujeto de derecho. Este principio establece que en el planeta Tierra, el conjunto de la vida es el sujeto garante último de las toma de decisiones que en él ocurren. Los seres humanos no tienen la libertad absoluta, es decir la libertad en ausencia de responsabilidades, de explotar o contaminar el planeta, sino que el impacto antrópico en la naturaleza debe realizarse siguiendo un equilibrio justo entre las necesidades humanas reales y la conservación del medio. Las normas que definen ese equilibrio justo, pueden definirse mediante una serie de principios comunes sobre limitaciones, para toda la humanidad, así como una segunda serie de principios diferenciados sobre modos de sustentabilidad y estilos de vida, de acuerdo a la pluralidad de sociedades, culturas y tradiciones, y de sus diferentes maneras de relacionarse con el medio.

La soberanía vital debe ser un principio fundamental del derecho mundial e internacional, así como de las constituciones nacionales. En un nivel subsiguiente puede completarse con la soberanía humana o ciudadana, según la cuál el conjunto de la humanidad, y no los Estados, las instituciones internacionales, las corporaciones u otros actores sectoriales o particulares, es el garante último de su propia gobernanza. Independientemente de los diferentes modos de gobernanza que existen y existirán en el futuro, la soberanía humana o soberanía ciudadana garantizaría jurídicamente la posibilidad y la efectividad de un vuelco fundamental en las relaciones de poder, que a su vez garantice y refuerce el cumplimiento efectivo de medidas para frenar y revertir la peligrosísima situación medioambiental en la que nos encontramos.

Estos dos principios son ideas originales que se inspiran en los derechos de la Madre Tierra y más extensamente en las tradiciones de la ecología política y de la democracia radical, y su breve exposición aquí es una invitación al estudio y al debate para su eventual adopción como parte de un futuro núcleo conceptual de arquitectura política para un nuevo paradigma social global postcapitalista. Evidentemente, su sóla aprobación no sería garantía de éxito de la transición civilizatoria, para la puesta en marcha de la cuál existen ya muchísimas propuestas y experiencias así como estudios de planteamiento transversal y multidimensional, imprescindibles como elementos de inspiración colectiva. En lugar de eso, la soberanía vital y la soberanía humana pueden ser, en el futuro, un punto de apoyo conceptual para la reformulación política y jurídica de la gobernanza mundial y en la actualidad, un posible referente de un horizonte que una a los movimientos sociales, a la sociedad civil y a otros actores comprometidos con el planeta, en una visión común para la transformación paradigmática global.