Cuando finaliza la Guerra Fría (1945-1991) con la caída brutal de la Unión Soviética, los Estados Unidos, que se convierten en la única superpotencia del planeta, tratan de entender las implicancias geopolíticas de esta súbita transformación de las relaciones de fuerza a nivel mundial. Se plantea entonces una pregunta entre los dirigentes estadounidenses: tras la política del containment, vigente desde 1948, ¿qué nuevo paradigma geopolítico va a surgir?
Muy rápidamente aparecen tres visiones: la del “fin de la Historia”, la de la “Paz Democrática” y la del “Choque de Civilizaciones”. Aunque describan una realidad nueva, estos tres paradigmas se sustentan en realidad sobre bases filosóficas o históricas anteriores: interpretación hegeliana y kantiana respectivamente para las dos primeras y reafirmación, para la última, de una constante histórica cuyo origen se remonta a varios siglos atrás. Ahora bien, si los dos primeros paradigmas vislumbran un avance de la humanidad hacia un modelo que a largo plazo genera paz, libertad y prosperidad, la teoría del choque de civilizaciones, que postula una visión cíclica de la historia, entrevé un futuro sombrío que podría desembocar en una tercera guerra mundial.
El padre de la teoría del choque de civilizaciones (Clash of Civilisations) es un politólogo conocido, Samuel Huntington, que además trabajó durante mucho tiempo como asesor del gobierno de EEUU. En 1993 escribe un contundente artículo en la influyente revista Foreign Affairs, la misma en la que el diplomático George Kennan (bajo la firma de “X”) había presentado los elementos fundamentales de la futura doctrina del containment en 1947. Tres años más tarde Huntington publica un libro, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order 1, que se traducirá en todas partes del mundo y en el que despliega las teorías desarrolladas previamente en su artículo. Sus controvertidas tesis generan una onda de choque formidable en todo el mundo.
¿Qué es lo que dice Huntington? Que él percibe tres fenómenos de ruptura en relación a la época anterior, la de la Guerra Fría: la transición de un sistema bipolar hacia un sistema multipolar; el fin de la hegemonía occidental; el surgimiento de áreas “civilizacionales”. Esta ruptura tiene como consecuencia que las relaciones de fuerza anteriormente basadas en la rivalidad entre las dos superpotencias dejan lugar a una confrontación que ya no es entre Estados sino entre conjuntos multiestatales cuyo punto de arraigo es la pertenencia a una “civilización” común. Es por ello que esta polarización por la cultura implica siempre, desde el punto de vista de Huntington, el riesgo de generar conflictos, sobre todo cuando esos conjuntos tienen veleidades hegemónicas que los convierten en rivales naturales. Así sucede con Occidente y el Mundo Musulmán, o con Occidente y el conjunto sínico-confuciano.
Huntington percibe nueve conjuntos definidos de la siguiente forma: occidentales, latinoamericanos, sínico-confucianos, budistas, ortodoxos, musulmanes, hindúes, africanos subsaharianos y japoneses. Aunque la mayoría de los países pertenezcan, según Huntington, a cada uno de estos conjuntos, se observan algunas excepciones (por ejemplo Haití, Israel o Etiopía), mientras que algunos países, tales como Ucrania, oscilan entre dos áreas civilizacionales.
Si bien la visión de Huntington se articula en torno a fenómenos que podemos efectivamente observar -por ejemplo la tensión entre Occidente y el Mundo Musulmán-, su teoría se basa en una cantidad de postulados discutibles, empezando por el que estipula la desaparición de los Estados en relación a estos conjuntos, postulados que se basan en una interpretación de fenómenos para los cuales es difícil anticipar las consecuencias a un plazo más o menos largo. La tesis del choque constituye pues un análisis original de los cambios que se manifiestan desde comienzos de los años ’90 y también un trabajo de prospectiva interesante sobre lo que esos cambios podrían inducir. No obstante también tiene el defecto de todas las interpretaciones deterministas de la historia, en este caso de una historia que todavía está por escribir, en la cual el autor tiende a querer integrar fenómenos complejos y dispares a favor de una teoría un poco reduccionista pero que ayuda a aprehender el mundo proponiendo una clave de acceso, que vendría a ser el choque de civilizaciones.
Por lo demás, tanto entre los politólogos como entre los intelectuales o el público en general se recordará sobre todo, y casi exclusivamente, la parte de la teoría de Huntington que trata sobre el choque de civilizaciones entre Occidente y el Mundo Musulmán, parte que el mismo autor pone de relieve y resume del siguiente modo (pág. 312): “Una guerra mundial que involucre a los Estados principales [core states] de las grandes civilizaciones del mundo es altamente improbable pero no imposible. Tal como lo hemos sugerido, una guerra de esa índole podría ser provocada por la escalada de conflictos en la línea de fractura entre grupos pertenecientes a civilizaciones diferentes, muy probablemente musulmanes de un lado y no musulmanes del otro”
Más allá de los debates sobre la teoría del choque que, aunque muy animados, quedaban en principio confinados a las revistas universitarias o las columnas de los grandes periódicos, la tesis de Huntington tomó un giro sorprendente con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. No sólo porque el acontecimiento pareció darle la razón, puesto que dramatiza hasta el paroxismo la oposición entre occidentales y musulmanes sino porque, sobre todo, el grupo de neoconservadores que rodeaba al ex presidente George W. Bush emprende y legitima su reacción a los atentados a partir de esa visión maniqueísta de una lucha a muerte entre occidentales y musulmanes, visión que por otra parte justifica el apoyo indefectible que este sector influyente y decidido quiere brindar a Israel.
Así pues, la lucha a distancia (y “asimétrica”) entre Osama Bin Laden y George W. Bush fue definiendo las orientaciones geoestratégicas del planeta durante buena parte de la primera década del siglo XXI, antes de que los acontecimientos, incluyendo la desaparición (política de uno y física del otro) de los dos principales protagonistas, reorientara las prioridades. Mientras tanto, el choque de civilizaciones no tuvo lugar realmente y las divisiones dentro de Occidente y del Mundo Musulmán señalaron más bien líneas de fractura dentro de los grandes conjuntos, mientras que la crisis económica (2008) y la primavera de los países árabes (2011) llevaron a unos y otros, al menos por un tiempo, hacia otras preocupaciones. Aunque el fenómeno relevante de este período, el surgimiento de China como potencia y la reacción estadounidense, brindó a los seguidores de la teoría del choque pequeñas municiones para defender su tesis, en realidad demuestra sobre todo que las rivalidades entre grandes potencias sigue siendo de actualidad y que el choque de civilizaciones no se ha materializado.
En su guión-ficción proyectado para el año 2010, Huntington piensa en una guerra entre China -para la cual efectivamente había predicho un crecimiento vertiginoso- y los Estados Unidos, provocada por una lucha clásica de intereses pero que con el alineamiento de los grandes conjuntos civilizacionales detrás de uno u otro se transformaría en una guerra mundial de civilizaciones. Ahora bien, en la realidad post-2010 un conflicto militar de envergadura entre China y Estados Unidos parece muy poco probable, incluso imposible a corto y mediano plazo. En cuanto a la polarización cultural del resto del mundo en torno a esas dos superpotencias planteada dentro del guión de Huntington, en el estado actual de las cosas parece opuesta a algunas consideraciones geoestratégicas y prácticas geopolíticas. Aunque el debate sobre el choque de civilizaciones vaya a proseguir todavía por mucho tiempo, nada hace pensar por ahora que dicho choque pueda llegar a determinar las grandes orientaciones del mundo en el futuro.