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Title

Asamblea popular

Fecha de creación

Domingo, Septiembre 21, 2014 - 19:31


Las asambleas populares reúnen a ciudadanos en torno a cuestiones esenciales de su realidad social y política. Por lo general forman espacios auto-organizados, espontáneos, inclusivos, poco o nada jerárquicos, instalados a nivel local, nacional o regional. Su particularidad es la de permitir mecanismos de diálogo y de deliberación directa entre los participantes, basándose en una filosofía previa de consenso, igualdad de participación y expresión. Mucho más que simples reagrupamientos puntuales, las asambleas deben ser entendidas como procesos continuos de diálogo y de construcción social, inscritos dentro de una perspectiva política común y que van tomando consistencia a medida que se suceden los debates y se van resolviendo los temas que están en juego.

Si los procesos de asambleas populares marcaron a lo largo de la historia importantes etapas de invenciones o de transformaciones políticas, probablemente sea porque reactivan una modalidad participativa esencial en la acción política y estimulan la cristalización de las “fuerzas imaginantes” de la sociedad. La idea de asamblea que reúne a los miembros de la comunidad para debatir directamente sobre los asuntos públicos ha atravesado todas las épocas desde la ecclesia de Esparta y el Ágora de la Grecia Antigua, la “cabaña de las palabras” en los imperios africanos, el Arengo de las ciudades italianas de la Edad Media, los Estados Generales y las secciones parisinas de la Revolución Francesa, hasta los soviets del imperio ruso y las asambleas comunitarias del movimiento zapatista en México. Para el economista indio Amartya Sen, la práctica del debate público dista de ser un legado exclusivo de la cultura grecorromana y de la filosofía política occidental. Según él, la participación social es un valor universal, subyacente a los diferentes regímenes políticos -siendo la democracia moderna una sola de sus expresiones, elaborada en un contexto histórico particular- y basado en el reconocimiento de la deliberación y del debate público como esencial en la conducción de la acción política. Diversas formas de participación se practicaban en efecto en las sociedades indias, americanas, chinas, japonesas, persas, otomanas y egipcias. Nelson Mandela mismo veía las asambleas en las que se practicaba la “palabra” africana como una “institución democrática en sí misma y la forma más pura de la democracia”.

La misma importancia dada a la democracia directa y a la soberanía popular es una piedra angular dentro del pensamiento de Pericles, Rousseau, Kropotkin o Castoriadis. El aporte conceptual de los commons y de la ecología política le ha abierto más recientemente nuevas perspectivas teóricas.

Pero la magnitud actual de los fenómenos de asambleas populares obliga a situarlas más ampliamente en lo que podríamos llamar un retorno de lo político en un modo instituyente, inclusivo y no violento. En la mayoría de los casos, las asambleas marcan en primer lugar la voluntad de una comunidad de afirmarse como un actor colectivo de su propio destino, en una situación donde las estructuras políticas instituidas han perdido su capacidad de demostrar su razón de ser y de administrar el bien común. Este primer acto de reacción popular es inseparable de la liberación de la palabra y de la superación pacífica del miedo en el debate colectivo y la asociatividad, tal como lo señalaba Manuel Castells a propósito del movimiento de los Indignados. Las asambleas se convierten entonces en un lugar de contención individual y grupal, de escucha activa y de receptividad, de investidura subjetiva y relacional y de circulación de las opiniones. La entrada de la subjetividad al campo político es de hecho un rasgo significativo de los movimientos populares desde los años ’60. Los slogans “Corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti”, “Que se vayan todos”, “Somos el 99,9%”, “El Pueblo quiere la caída del régimen”, “Estamos con la Madre Tierra y su primavera corre por todo el planeta” contrastan con las antiguas consignas programáticas de “Libertad, igualdad, fraternidad”, “Todo el poder a los Consejos”, “Paz, pan y libertad”, “La tierra a quienes la trabajan”.

En realidad, las asambleas tienen poco que ver con los mecanismos, las formas de poder y las temporalidades de la democracia representativa o las categorías ideológicas e identitarias tradicionales. La ola de asambleas populares de 2001 en Argentina mostró de qué modo la distinción entre clases sociales tendía a desdibujarse dentro de las movilizaciones. Su dinámica las ubica antes que nada en una lógica de poder “de ensamblaje”, de inteligencia en red, de puesta en práctica congruente de los actos y las ideas, de renovación de las relaciones entre individualidad y proyecto colectivo. Sus referentes o facilitadores se redefinen regularmente según su aptitud para hacer emerger e implementar las elecciones colectivas. Todo tipo de actores participan del proceso, en particular los sectores populares y hegemonizados. La vocación de las asambleas no es la de transformarse en un nuevo espacio institucional -desviación que conduce a veces a que queden capturadas por grupos de intereses o a la desnaturalización de su método- sino más bien a proseguir su proceso social de articulación y lograr, a medida que se hace camino, ir enunciando nuevos fundamentos y perspectivas políticas.

De allí su contribución activa a la renovación de la convivencia y al desafío de diseñar nuevas geometrías de la gobernanza mundial. Finalmente es en este surgimiento popular, todavía muy fragmentado, que está en marcha en distintos continentes con puntos focales en el mundo árabe, en América del Norte, en Europa y en varios países de Latinoamérica, donde la noción de “poder popular” irriga los marcos constitucionales. Ya hay diferentes interconexiones a nivel nacional y global. Los medios de comunicación sociales y las plataformas de comunicación en internet juegan en este sentido un papel esencial. Pero el desafío sigue siendo el de formar un actor capaz de promover reglas de juego éticas, sociales y políticas, que los pueblos deban establecer para conducir un proyecto político planetario profundamente nuevo. En este sentido, la ampliación de las asambleas a una mayor diversidad de actores y de espacios sociales es una perspectiva fructuosa. Va en dirección de un gran reequilibramiento horizontal, más que nunca necesario para contrabalancear el enorme movimiento de estiramiento vertical provocado por la mundialización y su impacto sobre las coherencias internas de las sociedades. Las asambleas populares prefiguran en ese punto nuevas palancas de expresión del interés general y de la reconstrucción de una estructura “matricial” de las sociedades.