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Repensar la gobernanza mundial

Fecha de creación

Viernes, Marzo 14, 2008 - 16:56

Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, algunos sostienen que el futuro de la arquitectura de la política mundial pasa por la implementación de un sistema de gobernanza mundial. La problemática de la gobernanza mundial se caracteriza por el paso de un escenario de regulación del poder de los Estados para evitar los desequilibrios y la ruptura del statu quo, a otro escenario en el cual hay que redefinir el derecho internacional y el papel de los organismos internacionales según su verdadero potencial para arbitrar sobre la gestión de los problemas planetarios. Para lograr eso, los autores estiman que más que soñar con una democracia mundial o un gobierno mundial hipotéticos, parece más razonable avanzar progresivamente, definiendo los problemas y los objetivos, con un enfoque similar al que se adoptó para construir la Unión Europea.
La caída de la Unión Soviética en 1991, más que el golpe del 11 de septiembre de 2001, marcó el final de un largo período de la historia internacional, denominado “período del equilibrio”. A partir de ese acontecimiento histórico, el planeta entró en una fase de ruptura geoestratégica. El modelo de la “seguridad nacional”, aunque siga vigente para la mayoría de los gobiernos, va dejando lugar progresivamente a una conciencia colectiva emergente que va más allá de ese estrecho marco.

Para algunos, entre los cuales nos identificamos, el futuro de la gobernanza mundial pasa por la implementación de un sistema de gobernanza mundial. Ahora bien, la ecuación se complica notablemente hoy en día: mientras que antes se trataba esencialmente de regular, de limitar el poder individual de los Estados para evitar los desequilibrios y la ruptura del statu quo, ahora es imperativo tener un peso de índole colectivo sobre el destino del mundo, instaurando un sistema de regulación de las múltiples interacciones que superan el accionar de los Estados.

El problema principal de la gobernanza, problema al que nos enfrentamos día a día en nuestra vida cotidiana, radica en que las instituciones que han sido creadas definen sus objetivos en función de sus competencias (y sus limitaciones) , cuando en realidad deberían hacer lo contrario. La problemática de la gobernanza mundial se caracteriza por el hecho de que los objetivos se definen a través de un vacío institucional a nivel internacional –ya que la ONU, y de manera más general el derecho público internacional, juegan un papel de árbol que esconde el bosque – que hace que los Estados tengan que resolver problemas que superan sus competencias e incluso su comprensión. Ahora bien, ¿de qué manera el Estado, cuyas instituciones no tienen las armas para resolver problemas domésticos, podría pretender resolver problemas que superan su marco político? Por esta razón, el concepto de “seguridad colectiva” sólo sirve para postergar el problema, dado que dicha seguridad no es sino un conglomerado de instituciones estatales. Es significativo que el concepto de gobernanza en sí mismo se perciba como un todo que apenas distingue entre la gobernanza de lo local, de lo nacional y de lo mundial, ya que los objetivos en esos diversos niveles a menudo son cercanos o están interconectados.

¿Cómo conciliar gobernanza y gobernanza mundial? Ése es el nudo del problema, puesto que la clave de la historia de las relaciones internacionales reside justamente en el hecho de que esos dos problemas siempre han sido abordados de manera radicalmente diferente y hasta opuesta.

El problema con el cual se ven confrontados aquéllos que querrían ver el surgimiento de una verdadera arquitectura de la gobernanza mundial es que la realización de eso que sueñan construir no se parece en nada a lo que eventualmente podría construirse, dadas las urgencias, las limitaciones y los obstáculos actuales, que a menudo han intentado ocultar o minimizar. En consecuencia, más que soñar con una quimérica democracia mundial o con un hipotético gobierno mundial, nos parece mucho más razonable avanzar progresivamente, definiendo los problemas y los objetivos, para poder pensar en el tipo de estructuras e instituciones capaces de iniciar acciones enérgicas para solucionar los problemas dados, y precisos. Sólo avanzando de esa manera podremos eventualmente ir perfilando una “gobernanza mundial” digna de ese nombre, y que es imposible imaginar por adelantado a qué podría parecerse ya que, por definición, su forma se amoldará a la de los objetivos que se plantee a medida que se vaya construyendo.

Este enfoque no se parece en nada al de los arquitectos de la Sociedad de las Naciones luego de la Primera Guerra Mundial, ni al de la ONU luego de la segunda. Tampoco se parece, yendo más atrás en el tiempo, al sueño internacionalista de Enrique IV, con su “Gran Proyecto” para Europa. Desde un punto de vista filosófico y político, nuestro enfoque sería más cercano al que adoptaron Jean Monnet y los primeros arquitectos de aquello que luego se convertiría en la Unión Europea.


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