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02. Las tres caras de la crisis

02. Las tres caras de la crisis


Es importante entender las causas específicas de esta crisis. Las mismas son de tres órdenes:

Primero estructural. Hoy en día, el modo de crecimiento económico y el desarrollo tecnológico, en lugar de favorecer un desarrollo equilibrado, agrava ciertas desigualdades –aunque reduzca otras- y cimienta el terreno para importantes confrontaciones.

Luego ideológico. La humanidad no está confrontada con un problema de escasez, sino con modos de producción y distribución profundamente no igualitarios. Lo que falta no son los recursos; al contrario, lo que lleva a una concentración económica global es el modo de gestión, que resulta de un poder desigual. La miseria no es fruto de la escasez, sino de la injusticia económica intrínseca del sistema. La conciencia de la indigencia es más profunda por el hecho de que las cohesiones sociales tradicionales se debilitan y la visibilidad de las clases más afluentes y consumidoras se ha incrementado considerablemente. El mayor peligro del mercado desregulado es el de ser un sistema que sólo busca su equilibrio social en el crecimiento permanente de un consumo, sin preocuparse ni por una distribución justa ni por la protección de los recursos no renovables. Podemos constatar al respecto que la competencia por el control de recursos naturales cada vez más escasos, incluida el agua, será cada vez más fuerte, sin que el orden internacional actual pueda crear una autoridad legítima que imponga un reparto equitativo o una gestión transnacional del recurso. A esto se agrega la ausencia de control de las evoluciones científicas y técnicas, control que no puede ejercerse a nivel nacional.

Por último, político. La caída del muro de Berlín en 1989, el triunfo de Nelson Mandela en 1994, el arresto de Pinochet en Londres en 1998, entre otros, nos han hecho creer, por un momento, que el sistema de gobernanza mundial llevado adelante por las Naciones Unidas permitiría una resolución multilateral de los conflictos y un ejercicio de la justicia a nivel internacional. Pero al mismo tiempo, la guerra en los Balcanes, el genocidio de Rwanda en 1994 y las crecientes tensiones en Medio Oriente han sido signos premonitorios de un recrudecimiento de los conflictos.

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, las guerras en Afganistán y luego en Irak y los atentados a repetición revelan, entre otras cosas, que los conflictos pueden volverse mortíferos no sólo para los beligerantes directos, sino para el mundo entero. Los dirigentes belicistas de algunas grandes potencias, empezando por la más importante, Estados Unidos, han hecho y seguirán haciendo de la guerra el medio para resolver los conflictos. Pero es muy probable que las redes islamistas integristas sigan lanzando nuevos atentados en Estados Unidos, en Europa, en África, en Asia.

Más allá de las guerras, otros peligros amenazan a la paz y la solidaridad. El aumento de los populismos, de los fundamentalismos, de los nacionalismos, se ha vuelto una realidad cada vez más masiva en grandes sociedades democráticas, no sólo en Europa Occidental y Oriental, sino también en Asia y América. Algunos países de África intentan salir de su crisis, pero grandes regiones siguen estando profundamente empantanadas en crisis permanentes, obstaculizadas por regímenes autoritarios y corruptos y franjas enteras de su población sobreviven en condiciones de miseria.

En este contexto, no podemos no mencionar el carácter artificial de muchos Estados surgidos de las independencias, cuyas instituciones han sido en gran parte “impuestas” a la sociedad y donde el ejercicio del poder es juzgado ilegítimo por la población misma. La democracia representativa, tal como se la practica en muchos países -particularmente en los “Estados rentistas”-, es vista por la mayoría como el sistema por el cual una minoría se apropia de la totalidad de la renta, haciendo de la democracia una fuente de conflicto.

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